La bioética en tiempos de covid-19: el dilema de dar la muerte.

La bioética constituye un paradigma de conocimiento multidisciplinario acerca de la vida que se manifiesta en todas sus complejidades biológicas, sociológicas y psicológicas; su carácter argumentativo para deliberar sobre los dilemas sobre el origen y el fin de la vida la hacen compleja y en ocasiones incomprensible ya que parece gobernar en ella una especie de casuística y estadística médica que rige sobre todo decisiones pragmáticas en la búsqueda de tomar decisiones certeras con un supuesto “sentido común” en relación con una disciplina médica tan concreta en su quehacer: el salvar vidas, de ahí la importancia de crear parámetros básicos éticos y legales respetados por la humanidad que permitan el diálogo sobre la dignidad humana, condición que puede verse menoscabada en favor de una “ciencia” médica que en su discurso encierra una hegemonía de carácter incontrovertible y dominante; para explicar qué es la dignidad humana y los derechos humanos que la sustentan se requieren discursos incluyentes pero a la vez paralelos y distantes del saber médico, como la filosofía en todas su extensión y manifestaciones, la antropología es otra disciplina que suele quedar fuera de un concierto ejecutado únicamente por voces médicas, la cuestión del valor de la vida humana debe trascender más allá de un simple funcionamiento biológico, es decir, la persona humana no es, por tanto valiosa por lo que “tiene”, sino por lo que “es”, por lo que se requiere toda una antropología de la dignidad humana que la establezca en el lugar primordial respecto al conocimiento científico del “funcionamiento” de un cuerpo.

Estamos en un momento crítico de pandemia en dónde el dilema bioético en cuestión es el funcionamiento del cuerpo, no la dignidad humana, esta viremia mundial ha puesto en jaque al supuesto, -saber médico y a los sistemas públicos de salud insuficientes, ineficaces, creados y manejados por la ignorancia, indiferencia y vileza de políticos mercenarios de las carencias humanas; México es una muestra del gran rezago en materia de salud pública por gobiernos anteriores y actuales que han privilegiado otras políticas públicas, no así, la salud pública, en un país como el nuestro, la atención médica está condicionada a un poder económico para tratarse de manera digna y eficiente; tanto que esta crisis infecto-contagiosa vino a desnudar la fragilidad de nuestro sistema de salud, un gobierno improvisado, ocurrente ignorante e inexperto no puede más que sostener su discurso político ineficiente en la improvisación y en la ocurrencia, se habla de “eminencias” médicas a quienes dirigen la salud pública en nuestro país, sin embargo, no fueron capaces de anticiparse a lo que vendría tarde o temprano, carecemos de todos los insumos para enfrentar esta pandemia que se originó hace meses en China y que se sabía las repercusiones que tendría a nivel mundial pues de ahí paso a Europa con efectos graves en naciones mucho más desarrolladas que la nuestra, aun así, nuestras “eminencias” no se anticiparon, no fuimos capaces de abastecernos de lo necesario, entre ello, los ahora famosos ventiladores de asistencia respiratoria, esenciales para el tratamiento y sostén vital de los contagiados en condición grave, y como no se tienen los suficientes aparatos entramos en el dilema, ¿Quién deberá tener acceso a la ventilación mecánica?; es válido mezclar la ineptitud del gobierno con cuestiones ¿bioéticas?, cada quien tendrá su respuesta, no es posible desde mi perspectiva darle un valor mayor a la vida de alguien tomando como parámetros la juventud y el funcionamiento biológico del cuerpo, sabemos por las experiencias en otros países -que no por la ciencia médica, sino el empirismo- que gente de edad avanzada es mucho más vulnerable a esta infección por COVID-19, por ello ¿debemos dar preferencia al paciente joven?, ese no es un dilema bioético, es un crimen de Estado, y ¿la dignidad humana del paciente de edad avanzada?, corresponde a un Comité médico bioético ¿el dar la muerte?; en psicoanálisis sabemos que el destino es caprichoso y está determinado por el inconsciente de las personas, cada quien carga su propia y singular pulsión de muerte, me pregunto ¿Cuál será la pulsión de muerte de cada médico tratante sobre quien recaiga ésta responsabilidad?, ¿Cuál sería la decisión si el actual presidente cayera en tal condición? o la secretaria de Gobernación o el secretario de Salud, todos ellos seniles y de alto riesgo de mortalidad para esta infección, ¿los desconectarían para dar paso a un joven de 25 años?, ¿sesionaría el Comité de bioética?, o el valor de la vida humana depende del puesto que se ocupa.

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